miércoles, 5 de marzo de 2008

CANCIÓN ELECTORAL ( III Artículo en Málaga Hoy)


La decencia, en la inestable vida política, se ha ido disipando en esta climatología patria de nubarrones perpetuos sobre un suelo cada vez más insoportable. Vuela algún globo coloreado de siglas en la fiesta de un mitin, sobre un horizonte de dudas, y España, lo que va quedando de esta tierra de moros y godos, se prepara para una campaña electoral donde la víscera acabará con lo que nos restaba de materia gris.

Este país, con una juventud ahora menos mendicante, asume en sus costuras de miseria nacionalistas que el futuro dependa de un voto, más disputado incluso que el del señor Cayo en la obra de Delibes. Las cartas encima de la mesa han sido depositadas con una clarividencia que no debiera llamar a engaño. Las dos Españas se hacen irreconciliables cada día, y el españolito que viene al mundo, en su inocencia televisiva, concibe el espectáculo electoral como un paso más del neosagastacanovismo.

La clase obispal, bien comida y sonrosada, clama por la pérdida del palio y los privilegios; las fuerzas vivas han pasado de la Iglesia al escenario, y el cambio climático, del que se burlan algunos primos que no debieran, desertiza un país que la derecha siempre vio como un inmenso solar: acaso piensan ellos que la democracia es un sueño americano de poceros y nuevos ricos en las costas, de Algeciras a Cadaqués.

España, aparta de nosotros este cáliz, cantaría César Vallejo, de nuevo, oteando este páramo peninsular que algunos ilusos consideramos nuestra casa. La emigración española en Francia aconsejó el año pasado al presidente Zapatero en Toulouse que recordara la bandera, que no cediera el mástil y el trapo a quienes se agazapan en las dificultades, se erigen en los desfiles de la Castellana y nos recuerdan con caducas banderitas sus cuatro decenios de progreso y bienestar. Porque, hablando de banderas, entre la urticaria a la rojigualda y la devoción ficticia por el trapo de Wifredo el Velloso, ha muerto el cuatrienio socialista que ha puesto a los charnegos de cercanías entonando el “Escolta Espanya” de Maragall.

Ahora los titiriteros se han ido con Zapatero, se han colocado unas cejas circunflejas y aseveran con poco histrionismo que eso de la comedia en un país de dramas ha ido mejor desde que el leonés timonea Moncloa. No lo dudamos. Si acaso, cuidemos de la famélica legión que vive el día a día como una aventura de pocos euros y mucho tesón: los que fantaseamos con ese imposible que es llegar a fin de mes.

Quisiéramos también alertar en esta plegaria, que suena a despedida de la legislatura, sobre el negro futuro que puede deparar la abstención. En una guerra fratricida de televisión, periódicos y charlatanes, al usuario de la democracia no le queda más que dignificar la figura de una urna. Fortalecer con el voto, en suma, un sistema que costó sangre, sudor, lágrimas e, incluso, alguna que otra traición a la ortodoxia severa del pensamiento y el exilio.

Los apocalípticos, que siempre fueron mayoría por estos pagos, aseveran con el entrecejo fruncido que vamos hacia un guerracivilismo de nuevo cuño. Piensan que el clima que se respira en las rotativas y en los mármoles atufa a radicalismo: olvidan, cosas de la edad, que una nueva generación no está dispuesta a dejar pasar ni una; que los que nacieron más allá del 75 fueron paridos inmaculados y, como tales, tienen derecho a cambiar democráticamente cuanto se les antoje. Especula la juventud, estimo que con razón, que el posibilismo y la teoría del mal menor o el voto útil configuran el primer obstáculo a la utopía.

El patriotismo, en su defecto alarmante o en su exceso retrógrado, establece en estas calendas preelectorales que el apego al terruño es una condición indispensable para ganar un milímetro decisivo de titulares. La tribu de los hispanistas nos quedamos cada vez más solos; el país donde nacimos es moneda de cambio y no supimos – o no quisimos- arrimarnos al ascua regionalista de una autonomía taifa. Craso error.

Todo va a ser que morir por la democracia, como ya alertó mi admirado y estudiado Julio Camba, sea como morir por el sistema métrico decimal. Parece que el Apocalipsis se acerca, los prelados llaman a una guerra santa de pancartas, y sus voceros, con sillón parlamentario, adulan la negrura atávica del cirio clerical hispano.

Atardece en Málaga un invierno preñado de abriles. El sol declina su justicia bajo las serranías de Ronda y todo va plagándose de sombra. Dentro de poco, la cerveza recalentada de un mitin y el paseo de políticos interrumpirá la costosa normalidad. Unos acabarán hastiados de las siglas, otros castigarán en blanco la contradicción al programa electoral. Serán muchos los que, desilusionados, harán frente común con aquellos que ni por asomo han experimentado la magia, cada vez más decadente, de unas elecciones.


Jesús Nieto es escritor.

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