miércoles, 5 de septiembre de 2007

Capítulo de "El Año de la Rubia". Mi próxima novela ...


Estefanía vivía con su tía en un lujoso chalet encalado, aparentemente andaluz y rústico. Tenía un amplio jardín que servía de porche desde donde pasaba las tardes tumbada al sol que la acariciaba con una dulzura de bronceado pálido y dorado. A veces bajaba con la motocicleta de jugar al tenis en las pistas de su exclusivo barrio, y cuando me aproximaba a su casa creía verla allí, tostándose al sol como en una postal sureña e idílica de los Estados Unidos. Nunca me atreví a llamarla, quizá alguna vez pasase algo bebido por delante de su puerta y gritara un quejido de desengaño etílico e inaudible. Con miedo. Con un temor que me impedía escribir y reafirmarme en que era persona; temía y siempre creía partir con desventaja en las artes amatorias. Me veía a mí mismo a través de los ojos de Estefanía.

Ahora dudo que Estefanía pudiese albergar tan complejos sentimientos. Aquejada de la simpleza espiritual de una belleza innata, sus pareceres hacia la clase de desfavorecidos en los que yo me incluía eran inexistentes. Yo era acaso una invisibilidad en los glaucos ojos de Estefanía, un nombre perdido en los ecos de la noche y el grupo. Agua vital y enfurecida que su mirada diluía en un interiorizado pero inocente sistema de desigualdades.

No. Nunca había penetrado en el porche de su chalet. Nunca pisé como hicieron otros estúpidos el césped recién cortado de la puerta, llevándola de la mano bajo la mirada complaciente de su tía, millonaria divorciada que se quedó hábilmente con una fortuna incalculable que gastaba en caprichos de la rubia, prendas y viajes exóticos que, para ella, suponían una suerte de socialización del conocimiento entre países.

Nunca había traspasado la tenue frontera de una verja que imaginaba inexpugnable, la de su chalet en Los Castañares. El mundo se me presentaba como una sucesión laberíntica de fronteras, de vallas, de separaciones y verjas puntiagudas e infranqueables que me ceñían cada vez más en la nadería que había creado. Era inexperto y tímido, me había ido construyendo un novelesco personaje que vivía de la soledad y el abandono, y mis ropas ya comenzaban a presentar un envejecimiento que siempre consideré interesante. En mi fuero interno quería demostrar al mundo que la época que vivía no era la mía, que la existencia se había confundido conmigo y era ya hora de que cambiasen los planes que un terrible destino había forjado para mí.
Perdedor. Sí, fui y seré un perdedor que siempre mantuvo la aristócrata perspectiva de conseguir a Estefanía para convencer y convencerme de que yo era más que un fracaso. Que podía ser atractivo para Estefanía y su mundo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Extracto de un capítulo de la nueva novela del escritor Jesús Nieto.

JoSeFp dijo...

Guapa la rubia.
Ya sabes que a mi la "Literatura" no me hace tilín. Pienso que el blog permite conocerte mejor.

PD: Ya te tengo fichado.