domingo, 30 de septiembre de 2007

Verano en Móstoles


Morenas del extrarradio. Bloques rojizos de ladrillo y un cielo bajo y cálido de verano. Jardines resecos de julio, verbenas de barrio y castizos y peruanos bailando un flamenco barriobajero. Madrid tenía en los veranos de mi adolescencia esa maravilla de lo cotidiano que descubríamos en la capital. Las morenas del extrarradio, con un gracejo insuperable, nos pedían fuego a los sureños que pasábamos los raros veranos en el infierno castellano.

Jardines cercados con alambres mínimos y vomitonas en las aceras. Las copas frías nos entraban en la inmediatez dionisíaca del hígado y atrapábamos la sonrisa en los viciados aires de los garitos suburbanos. Los julios caían en Madrid, desde mi primera adolescencia, y uno vagaba en albergues inmundos tintado de soledad y sudor. No importaba, una sospecha de esperanza desfilaba por el irregular perfil de los barrios del Sur, veíamos a lo lejos el perfil enhiesto de la Telefónica y suspirábamos ante la ciudad que, definitivamente, nos habría de acunar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ORFEO SUÁREZ EN LA COLUMNA DE UMBRAL

La columna es un ejercicio vacuo si el talento suplanta a la valentía, si la altura intelectual, tantas veces supuesta, es un freno para la irreverencia. Nadie como Umbral manejaba ese equilibrio, con sus filias y sus fobias, pero siempre desde una independencia que convirtió este rincón en un speaker's corner de la sociedad española. Como buen cronista del presente, su panorámica le permitía descender desde la Corona hasta el estadio, a pesar de los prejuicios de una clase y un tiempo que estigmatizaron el fútbol. Umbral, en cambio, no despreció la pelota si le permitía construir una metáfora, como cuando dijo que Maradona era como un gato que se había subido a un árbol del que no sabía cómo bajarse, o destilar su ironía con la alquimia más simple de las letras: Barsa en lugar de Barça.
Umbral, quizá, desconocía que su Barsa, vivo en la tradición larrista de Gistau, es también el Barsa de Laporta, porque esa transgresión linguística tan capitalina alimenta el mecanismo de acción-reacción que mueve la noria nacionalista. Lo que en literatura es un detalle de sarcasmo, en política puede abrir conflictos innecesarios, gratuitos, algo que puso de manifiesto la política frontal de Aznar en su segunda legislatura. Sobre todo en Cataluña, donde el nacionalismo ha secuestrado cualquier debate social, ha pervertido la dialéctica derecha-izquierda, ha convertido el seny en una coartada para no discrepar y ha hecho caer en su trampa maniquea al PSC, como bien sabemos los hijos de nadie, en términos nacionales, crecidos en el mismo barrio que el aparatchik Montilla.

El Barça es una de las patas del tripode social que completan la Caixa y la Generalitat. La entidad financiera sigue la lógica fenicia del dinero y los mercados, incluso en las OPAS, y ahí está su logotipo impreso en la camiseta de los futbolistas que se abrazan para oír el himno español. El Govern, en cambio, está condicionado por un pacto contranatura, porque la vocación de ERC es la de una plataforma de desestabilización y no la de un partido de gobierno. En sus bases se entreveran los antisistema de capucha y los de casa en la Cerdanya, y en su estructura, dirigentes de exigua altura, de pa sucat amb oli.

Mucho más hábil, Laporta procede de ese sustrato, del independentismo universitario que le llevó de la mano de Rahola. En paralelo a su gran gestión, que así hay que calificarla porque su equipo enamora en un mundo medido por la pasión, el dirigente pretende crear una ficción antropológica en torno al Barça.

Pero el més que un club no debe ese apodo a la cruzada identitaria. Era, como escribió Vázquez Montalbán, el «ejército desarmado» de una Cataluña por la que buscaba un respiro de libertad buena parte de España durante la dictadura, el equipo de una Barcelona que añoran García Márquez y Vargas Llosa, y que ahora se ha descubierto ante José Tomás por nostalgia de Chamaco, donde se hablaba y se habla catalán y castellano, porque ni Franco acabó con el primero, ni ningún Carod acabará con el segundo. Por fortuna, la calle tiene razones que la política no entiende.

Fundado por un suizo, refugio de húngaros, integrador de la inmigración que llegaba del sur, el Barça vertebró los sentimientos de una sociedad cosmopolita, que ahora, en tiempos de cuotas linguísticas compartidas por Laporta, puede perder un aliado.

lucia dijo...

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