lunes, 31 de diciembre de 2007

LA CIUDAD ALEGRE Y CONFIADA (La Opinión, 30 julio 2007)


Aquí os cuelgo un artículo de mi etapa en La Opi; como Ganivet, creía que se podía regenerar este mundo. Me caí del burro ...



Acaba el Tour con el joven Contador de amarillo, en ese París que dejó de ser una fiesta y se convirtió en un pabellón de reposo de drogadictos tramposos e inocentes. La serpiente multicolor se diluye en el asfalto recalentado de Francia y los hijos de la televisión, peinando canas ya, nos dedicamos a salir a la calle con la canícula y la bicicleta; a los pocos kilómetros del paseo, la ausencia de un carril bici nos indica ya que en este pueblo marinero la inversión en materia de transportes se reduce a un rosario de aparcamientos subterráneos, privados y municipales, para erradicar el noble arte de los `gorrillas´.


Indignados por este paseo ciclista en la jungla de asfalto, de vuelta a casa, un reportaje en televisión nos cuenta que de todas las ciudades españolas es Málaga la primera en ser valorada por sus habitantes. Chovinismo, piensa uno, cuando el reportero enfoca Calle Larios y las jóvenes argumentan que la predilección por la tierra obedece al clima y a la comida. Nuestros vecinos enumeran las maravillas malacitanas en la pieza televisiva, y ya uno piensa si es que es crítico por naturaleza o por deformación profesional. Es curioso que el reportaje tenga lugar en calle Larios, de la que ya escribimos aquí que es una calle mayor provinciana donde a la derecha le gusta exhibir su fondo de mármol, cafés de tarde y, cuando encarta, organizar firmas y manifestaciones contra el Estatuto de Cataluña, que es algo que queda como muy del barrio de Salamanca. Y es que Calle Larios es, a todas luces, un decorado de cartón piedra que oculta falsamente el casco histórico decadente: callejuelas descuidadas que desaconsejan el paseo cuando la humedad de los orines recuerda que el tercer mundo urbano está a unos cuantos pasos de la Catedral. Nadie duda ya que en esta bendita ciudad somos unos complacientes.


Confundimos las migajas del clima y la gastronomía con una verdadera calidad de vida. Creemos vivir bien y olvidamos que por las noches sólo un par de ambulancias cuidan nuestra salud, que los niñatos se han apoderado con sus coches tuneados de las carreteras y que para la prosperidad profesional, como siempre, debamos pasar la línea quebrada de Despeñaperros en busca de futuro.Luego nos bañamos en la cloaca inmunda del Mediterráneo, almorzamos a precio de oro en un chiringuito sucio y nos consideramos unos privilegiados.


Resulta gracioso el lema a los pies de la estatua de Andersen en la Plaza de la Marina: "En ninguna otra ciudad española me he sentido tan dichoso y tan a gusto como en Málaga". Dichoso Andersen, creía todavía en patitos feos.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

PROPÓNME UN FINAL


Caminaba despacio, beodo, las esquinas de la urbe iban torciéndose hacia el infinito y la cabeza, a cada momento, me daba más vueltas. Así, con el regusto resacoso del vinillo, cada noche volvía a mi casa; un museo de la mugre con vocación de hogar solitario y solterón.

Abría la puerta crujiente, y el gato me miraba indiferente en su feliz felinidad. La humedad se descorría por las paredes, y los posters y las litografías de Picasso y Pollock colgaban suspendidas de una humilde chincheta. Por mi hogar del centro de Málaga tiempo hacía que no pasaba nadie; las visitas, escasas, tenían la corporeidad de una factura telefónica impagada o una citación judicial. Hacía más de dos meses que me habían despedido de la revista y la sombra del paro vigilaba mis pulsos.

Era un detritus humano que paseaba entre los orines de mi barrio. Aspiraba el fresco de la noche desde el balcón de mi estudio y sólo la fragancia almidonada del rancio llenaba mis pulmones. Estefanía ya no llamaba, se había llevado su divinidad rubia de nuestro piso y todo tenía ya visos de fin prematuro. Una rala claridad alopécica se apoderaba de mi cráneo, otrora hermoso, la tripa me crecía imparable y deforme, y la barba espesa me clareaba anticipando el sol decrépito del fin de los treinta.

Me había abandonado Marta. Se había ido con un fotógrafo argentino que la sedujo el día que presentamos mi poemario. Los vi, entre canapés, coqueteando en la amplitud blanca del Ateneo. Yo firmaba libritos de versos, y ellos, edulcorados, componían un cortejo que me espantaba. Allí estaban los dos, dialogando sobre poesía y destinos exóticos; ella con su traje de noche ceñido, bien escotado, y él, porteño y cabrón, sosteniendo la cámara como en una evocación netamente fálica que la sumía, ¡tan bella!, en un rumor de voces e hielos. Para torturarme, el destino alargó el cóctel posterior a la presentación de mi poemario-pudiera ser que póstumo-, y entre las cabezas de los amigos oteé que seguían riéndose, ajenos a mí, en la distancia de espacio y tiempo que precede al sexo prohibido y furtivo.

Se reía Marta. El champán regaba cada célula de su cuerpo claro y ya veía incluso al fotógrafo argentino como un galán de culebrón que la llevaba en volandas y desnuda hacia un lecho tropical. Los dos, iluminados por esa felicidad maldita que sólo ven los triunfadores, mantenían una divertida charla que poco a poco iba pasando a los toqueteos nerviosos.

Puede ser que la charla en el cóctel se alargara demasiado, y que uno, comprensiblemente enojado, bebiera más de la cuenta. No lo recuerdo. Sin embargo, cuando pienso en esa noche me veo en tercera persona, reventándole la Canon al maldito fotógrafo y con una botella en la mano contemplando, moderadamente feliz, cómo lloraba por su cámara mientras un hilillo de sangre recorría su rostro aniñado.

Marta, con la superioridad moral de las putas infieles, me llevó a casa mientras me relataba todos los peores adjetivos que el castellano tiene. Dijo que me abandonaría, que el espectáculo que había formado era vergonzoso y que no la volvería a ver. Yo me reía y palpaba su escote mientras el coche se acercaba en el corto paseo al portal de mi casa.

Se despidió de mí y quise besarla; saborear por vez última el dulzón perfumado de sus labios. Como en un acto reflejo, abofeteó mi rostro y no pude hacer más que manosear, por última vez, eso sí, un trasero perfecto que desaparecía en la nebulosa del deseo y la historia.

Quede constancia que aquella noche, despejado los efluvios del mal champán de la “party”, paseé sin tiempo por las calles del centro. Hacía frío en aquel jueves de diciembre. La humedad calaba hasta el tuétano de un cornudo, y la ciudad presentaba un aspecto londinense. El vaho diluía el horizonte en niebla y, de repente, como en una plaga bíblica, comenzó a nevar. Los copos, extraños, caían con una virulencia atroz, tan atroz que, en cuestión de minutos, tiñeron de un blanco cegador la extensión de calle Larios. La tormenta no cesaba, la nieve se acumulaba en los tejados y mi gato, seguramente, estaría asomado al cristal del ventanuco, riéndose, el muy condenado, por creer que esa noche me congelaría..

Algunas palmeras se tronchaban por el peso de la paz helada de la nevisca, y los mendigos, borrachos, danzaban entre bidones que ardían de gasolina y miseria. Málaga, bajo la nieve, tenía un aspecto amenazador y bello. Las putas corrías despavoridas, como en huida de una sombra atávica, se reían y tomaban los visones como reductos de una calidez que aquella noche desaparecería.

Hundía los pies en el firme esponjoso y no podía apartar de mi memoria los fogonazos de Marta y el fotógrafo retozando; algunas buhardillas de la judería estaba encendidas y yo veía al maldito fotógrafo fumando un petardo bien cargado y retratándola, desnuda y a cuatro patas. Lo pensaba y una urticaria acalorada me recorría el cuerpo: ella, tan rematadamente rubia, y pija, y tonta, y niña bien; y él con su perilla recortada y ese acento que las seducía por lo que de hijoputesco tiene el bonaerense de clase media y con pretensiones intelectuales.

Qué dos malditos, pensaba, y un soplo helado refrescaba mi entrepierna encelada. No paraba de nevar y algunos bares del centro aparecía abiertos. Era la madrugada más absurda que había vivido hasta entonces. Me había abandonado Martita, mi libro cuasi póstumo había visto la luz entre la mísera caridad de mis amigos y yo seguía extrañamente feliz, paseando por una Málaga en blanco que quizá me reconfortase. La niebla se hacía densa por momentos y la ciudadanía celebraba aquella purificación meteorológica.

Qué andaría haciendo ahora Marta. Por qué perdidos pisos arrastraría su amor inconfesable con el fotógrafo. Todo en mí era una dulce interrogación que me retumbaba mientras caminaba errante.


Volví a mi cochambrosa casa, abrí con esfuerzo la cerradura y me tumbé en la cama. El gato, cabrón, se había acostado entre las sábanas de mi cama y cuando quise taparme me arañó y salió disparado hacia el ventanuco por el que no dejaba de procesionar el invierno. Cerré los ojos, me bajé los pantalones y dormí desnudo, esperando que ella llegara y me arreglara los bajos instintos de un instinto bajo. Aquella noche no volvería, ni ninguna otra. La belleza rubia que dormía a mi lado huyó esa noche de invierno; yo me contentaba con sobrevivir en aquel invierno que acababa de marcar el calendario. Se avecinaban días de vino y espinas, de gélidas sábanas y disquisiciones taciturnas con aquel gato que, me gustase o no, iba a convertirse en mi compañero de viajes.
La mañana siguiente todo era un invierno con sudores de multitud; la calle estaba plagada de una nieve sucia y dura, de tullidos y vagabundos disfrutando de la estampa, y las nubes presagiaban que el general Invierno, con el cuento del cambio climático, había echado raíces en aquel villorrio del Mediterráneo. Al levantarme de aquella primera noche de penitencia, de compartir sábanas con un gato roñoso y esquivo sexualmente en la humedad del sueño, tomé de un trago el anís que quedaba en mi despensa, poblada ya de ratones ociosos que jugaban a las cartas ...

viernes, 14 de diciembre de 2007

DEBUT EN MÁLAGA HOY


Tras más de un año y pico como columnista semanal en La Opi, desembarqué el pasado lunes en el periódico Málaga Hoy. Es lo que tiene el desamor; uno escribe, escribe y escribe ...



EL BOTELLÓN : penúltimo fallo del sistema (Málaga Hoy)


La noche de invierno cae pesada entre la humedad del puerto de Málaga y el rumor del hielos. El paseo de los Curas se extiende multitudinario hacia Levante, y la juventud, sin piso ni futuro, desgasta la noche en la esperanza pronta del hielo y la postrera inopia de una cantina barata. Un joven moreno se agacha mareado, con trémulos movimientos, y una dorada botella desfallece entre gritos y evocaciones fálicas. La mocedad converge en el ágora pueril de un botellón mientas una dotación policial vigila, con la sonrisa cómplice, que el rebaño no se salga del tiesto impuesto por el bastón consistorial, más ocupado por otros menesteres.

Cada madrugada en el Paseo de los Curas es un despropósito generacional donde el sistema del bienestar, como si fuésemos un Prometeo festivo y noctámbulo, nos devora eternamente las entrañas.

El fin de semana tiene cíclico sabor a noche, y el hígado, teóricamente joven, avisa de que el final está pronto. En torno a cada botellón, los veinteañeros sacrifican la vida en pos de un ocio que, se sabe, resulta impuesto y falseado. El paro y la incertidumbre acongojan a la famélica legión de mi generación, pero, nosotros, preferimos esconder la cabeza mientras el paseo paralelo al Puerto va poblándose de una tribu que exorciza su miseria cotidiana a golpe de graduación alcohólica. De cuando en cuando, alguien teoriza sobre la felicidad en nuestros días: su lamento deja de oírse cuando la conversación deriva hacia el vozarrón.

Hablemos, pues, del botellón. La mera formulación de esta preferencia del ocio juvenil nos pone frente a una realidad que interesa ocultar y pervertir, en la medida en que los medios formulan un debate sobre un problema superfluo, fruto de una situación de inanición moral. La sociología platónica discurre acerca del ocio juvenil. Se debate la idoneidad de trasladar los botellódromos a las afueras, como en los barrios franquistas del apartheid; se especula con reducir los horarios de los garitos en charlas de encorbatados ediles. Esconden el problema para que la juventud, considerada definitivamente como estupidez transitoria, se disuelva en la cañería de la demagogia política y televisada.

En un plano más local, el botellón, además, es una consecuencia de la insolidaridad de muchos locales malagueños, que no han querido adoptar por estos pagos la ibérica institución de la tapa. En Granada, el fenómeno del botellón va diluyéndose poco a poco porque se ha impuesto la cordura sana del “ir de cañas y tapas”. Aquí, los precios abusivos llaman, irremediable y comprensiblemente, al consumo de alcohol en la vía pública.

En el fondo, el problema que se ha de abordar es de qué se hace con la juventud; cómo la sociedad del bienestar es capaz de permitir que en las calles del fin de semana se difumine el oropel de la dicha, profetizado hasta la saciedad por los apologetas del pensamiento único, con escaño y representación. La política no ha encontrado, o no le ha interesado encontrar, el problema de fondo sobre la coyuntura actual de la juventud.
Tradicionalmente decisivos en la historia, por nuestra desidia, nos hemos convertido ahora en estandartes de la inoperancia y bebedores convencidos.

Aspiramos a mileuristas, y, además, debemos comulgar con las falsas expectativas de los mercaderes de ideas. Vamos viendo que esta democracia está deficitaria de proyectos y plagada de padrecitos. Las instituciones políticas, ajenas a la realidad de los adoquines, compensan las pulsiones animales de un botellón con un taller de repostería o de manualidades.

Parafraseando a Zola, la juventud resulta inmoderada en sus deseos y sus ambiciones. La democracia nos resulta lejana, el pan de hoy se nos niega, y los veinteañeros, de fondo y forma, somos una masa manipulable con la perversión de las modas. Las élites planifican minuciosamente las concentraciones multitudinarias para menguar la potencialidad revolucionaria de un joven que, borracho, deja de estar encabronado ante el mundo, ante Dios, ante él mismo.

Vuelva el corazón del lector al botellón del Paseo de los Curas, mire la amplia avenida por donde pasea el joven libre y, piense, en voz alta, si es ésta forma de invertir en futuro; si, ordenando a la piara en las afueras, la mocedad patria puede encontrar la dignidad, ahora que el 68 y la utopía son un cuento de viejos.

El sistema nos ha metido el gol final con el botellón. Los jóvenes nos mataremos en las vespinos trucadas repartiendo pizzas, o en horarios genocidas con sueldo de becarios, pero, en la comodidad acolchada de los parlamentos, seguirá debatiéndose sobre el nacionalismo y la manera de enladrillar España y nuestra decencia.

Jesús Nieto es escritor, periodista y director de la editorial “Del Planeta Rojo ”

miércoles, 5 de diciembre de 2007

ALIANZA DE INTELECTUALES ESPAÑOLES


Imbuidos de espíritu regeneracionista, ante la degradación de este país y sus gentes, ante la miseria del pueblo, los intelectuales españoles formamos esta plataforma para cambiar ESPAÑA. Os esperamos.

Mañana, a las 10, tendrá lugar el acto fundacional en la playa de Pedregalejo, Málaga. Algún día nos recordarán.

viernes, 23 de noviembre de 2007

CONTRA LOS BLOGS POR CIENTO

GRAN ARTÍCULO "EN LA COLUMNA DE UMBRAL" CONTRA LA MAYORÍA DE LOS BLOGS; HAY QUIEN MONTA UNA WEB DE ÉSTA Y SE CREE ESCRITOR. AMBOS DETESTAMOS ESTE SOPORTE


Aburrimiento de las palabras, de Henry Kamen
La profesión de ser escritor tiene muchas responsabilidades e inquietudes de las cuales no es menor la preocupación de fracasar por completo a la hora de comunicar. Es un hecho triste que muchos de los que trabajamos con las palabras tenemos problemas para encontrar una audiencia: los libros no se venden, los artículos no se leen. Es por esto que la tecnología moderna permite a algunos gastar energía escribiendo blogs, en los cuales hablan consigo mismo, con palabras que flotan por el ciberespacio y que las leen sobre todo aquéllos que tienen poco contacto con la palabra escrita.
¿Son encomiables los blogs? Es posible que no, ya que una buena proporción de ellos son poco más que un popurrí de palabras que sirven para expresar opiniones pero que no fomentan la causa de la literatura o de la información.
El flujo de palabras en la prensa, en novelas y en el ciberespacio ha conducido sin duda a un deterioro de la cualidad, y también a un cierto aburrimiento intelectual. Hace algunos años, Umbral comentaba la verborrea de muchos escritores, y se refería en particular al trabajo de unos cuantos que vivieron en el exilio en los años 50 y produjeron durante ese periodo una gran cantidad de escritos que pocos se molestaron en leer. Mencionaba a uno de ellos como «aburridísimo». Es verdad que si un escritor consigue comunicar con muy poco público, y sus escritos no se traducen a ninguno de los idiomas internacionales, la causa debe estar en que su oferta es aburrida. Efectivamente, el propio escritor a quien Umbral mencionaba había confesado, varios años antes, que «nuestras palabras van al viento», y añadía: «Confiemos en que algunas de ellas no se pierdan».
Sin embargo, las palabras ciertamente se perdieron, dando una cierta prueba de que eran aburridas. El volumen de palabras, casi inevitablemente, tiende a aumentar en especial cuando no tenemos nada significativo que decir. Hay periódicos digitales hoy que ya no se preocupan de dar información. Tratan de entretenernos con opiniones, chismorreos, debates y blogs, e invitan a los miembros del público a que participen en orgías verbales. En la mayoría de estos textos, el nivel de literatura es terrible y el de entretenimiento es cero. La palabra escrita deteriora hasta el punto de que no sirve para ningún propósito, y en lugar de estimular la creatividad la mitiga.
A pesar de todo, como sabemos, el propósito de las palabras debería ser el de comunicar y entretener. Hablando de su ultima película Leones por Corderos, Robert Redford decía recientemente que «uno ha de entretener, y si lo haces correctamente, dejas a la gente pensando». Lo mismo vale para los escritores (e incluso, en mi caso, para los historiadores). En algunas secciones de la prensa hoy, hay miles de palabras impresas que no ayudan al lector a pensar. Tampoco entretienen. Hay días cuando, al abrir los periódicos, uno siente que el reino del aburrimiento de las palabras ha llegado para quedarse. Afortunadamente, todos sabemos que todavía hay un puñado de personas que emplean diestramente la palabra, y que son capaces de comunicarnos bien. Son unos pocos, pero su trabajo sobrevivirá.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Diego, va por ti

Diego, te he escrito estas letrillas así, de corrido. Una carta cuyo contenido seguro que conoces y que leerás, como siempre, con esa media sonrisa en la cara mientras ves el fútbol en la tele.

Pájaros de madrugada y el primer alba de noviembre rayando el horizonte. Silencio en la ciudad y una vida quebrada en la soledad rectilínea de un bulevar de provincias. Ululaban las sirenas, sonámbulos en la noche y una quietud tempestuosa de luto.
Un punto blanco en la lejanía, un día funesto encima de las cabezas y la sinfonía del abrazo apenas reparador. Con estas imágenes el hijo de puta del Destino quiso despedirme de ti. No lo consiguió.

La vida se fue en la tiranía del segundo. Tomé tu cuerpo y ya eras parte de mi historia, la de una soledad parecida a la vida donde me sumergiré para siempre, aunque te desobedezca.

En mi memoria, en ese lugar donde la existencia es más digna, tú, hermano, apareces cantándole coplillas a nuestro hermano Bernardo, planeando tu beca para compartirla conmigo y confesándome tu desprecio a la muerte, esa maldita rubia que no ha hecho más que aumentar tu grandeza.

Pero sé, hermano, que te fuiste feliz, canturreando; con el alma ardiendo de dicha por la victoria de tu Madrid y una sonrisa que intuí con certeza cuando me asomé a darte el hasta siempre más amargo. Le dijiste a la Parca que, para huevos, los tuyos; que te ibas para el otro mundo con la confianza altanera de quien se sabe con el cielo ganado.

Por qué, hermano, te fuiste cuando precisaba de tantas noches. Por qué, Diego, tomaste el tren expreso a un vacío que no es sino un recuerdo atronador de multitudes.

Por qué, cabrón, me dejaste tan solo y con esta mala vida, en medio del páramo y con dos botellas

miércoles, 31 de octubre de 2007

Electoralismo de doble vía

Tanto tiempo con la discusión sobre la esencia y el futuro del país, y, al final, lo prosaico nos puso en la pista sobre dónde queda la sensatez. España no se rompe, España se hunde. No supimos elegir el verbo, y esta cuestión semántica ha mantenido a la clase política alejada de la ciudadanía.

España no se rompe, España se hunde allá por el territorio catalán de Marsé y Maragall. Cataluña, independiente y ferroviaria, se ha puesto en pie de guerra para decir basta ante el electoralismo expreso de Zapatero. Se retrasa en Barcelona el tren de Moncloa y el catalán pide que le devuelvan la normalidad y la rutina de un ferrocarril limpio y puntual. Mientras, el nacionalismo inflamado e inflamable ni pide la república ni aporta solución. Se sabe que, pese al gracejo perspicaz de la Álvarez, en Málaga los operarios del AVE apenas han recibido lección alguna de pilotaje ferroviario.

El tren remite al romanticismo de la estación y el último beso, pero las vías, torcidas, dan la puntilla cojonera a una ministra que tiene un helicóptero público como taxi privado para surcar las Españas.

A esta tierra bandolera, surcada aún por el tren botijo, le hace falta otra política que no tenga al guardagujas como obra suprema de electoralismo.

lunes, 22 de octubre de 2007

Nacho Trillo umm


Trillo es un grafómano que quiere trasladar a papel oficial sus vivencias. Concibe la política como una actividad dignísima con importantes dotes de poética; persigue, ya lo hemos dicho, los imposibles desde la sinceridad de su medio siglo de camino. Cree en el futuro y tiene la valentía de enfrentarse a lo injusto aun arriesgando el plato de lentejas. Escribe una interminable epístola moral a su hija, en una prosa rica, llena de giros inesperados y experiencia; tiene una precipitación, como yo, por vivir en papel, con más certeza y confianza, sus días y sus noches. Escribe siempre que puede. En los plenos usa su portátil y redacta las líneas para su gran autobiografía, sus monumentales memorias.

Me confiesa que el prolijo libro que prepara, el de su vida, es, en el fondo, un viaje hacia sus vísceras para que su hija comprenda, el día de las cenizas y el fn, quién fue su padre; quién dedicó los esfuerzos a hacer de este país una nación mejor, aunque ello le costara enfrentarse al aparato de su partido, pleno de catetos que tomaron sus cargos como los yugos de un emperador romano.

Ambos concebimos la escritura como una entidad alejada de la mediocridad de los días. Un espacio etéreo donde él revive la transición, y donde uno se venga de tantas rubias hijas de puta, de tanto chulo de billar y de tanto cabrón suelto que nos jodió la existencia.

domingo, 30 de septiembre de 2007

Verano en Móstoles


Morenas del extrarradio. Bloques rojizos de ladrillo y un cielo bajo y cálido de verano. Jardines resecos de julio, verbenas de barrio y castizos y peruanos bailando un flamenco barriobajero. Madrid tenía en los veranos de mi adolescencia esa maravilla de lo cotidiano que descubríamos en la capital. Las morenas del extrarradio, con un gracejo insuperable, nos pedían fuego a los sureños que pasábamos los raros veranos en el infierno castellano.

Jardines cercados con alambres mínimos y vomitonas en las aceras. Las copas frías nos entraban en la inmediatez dionisíaca del hígado y atrapábamos la sonrisa en los viciados aires de los garitos suburbanos. Los julios caían en Madrid, desde mi primera adolescencia, y uno vagaba en albergues inmundos tintado de soledad y sudor. No importaba, una sospecha de esperanza desfilaba por el irregular perfil de los barrios del Sur, veíamos a lo lejos el perfil enhiesto de la Telefónica y suspirábamos ante la ciudad que, definitivamente, nos habría de acunar.

sábado, 22 de septiembre de 2007

Madrid


El metro recorre ruidoso y herrumbroso las entrañas de esta ciudad que late bajo su piel dormida y hoy lluviosa. Abandono la estación de Gran Vía y comienzo a deambular por este Madrid frío que apuñala a quien no tiene una faz de lana cuidando su anatomía. Sopla un viento ficticio e hiriente, urbano y arremolinado, que me sorprende cuando en las grandes avenidas el caño de la sierra viene directo a mis entrañas y a mi piel; más tarde me resguardo en la esquina de un hotel, preparo un cigarrillo y en los soportales le doy algunas caladas. Hace frío en Madrid y llueve, cae una cortinilla fría de agua helada que se posa lenta en mi rostro y tizna de suciedad mi cabello.

Los neones aún no se han encendido y en días como éste mi mirada, irremediablemente, vuelve al verano, a la rubia, a Cristóbal y a Sergio. Pronto se hará de noche y los secretos del pensamiento se los llevará de un soplo genocida la oscuridad; quedaremos extasiados por la negra noche, dolida y sin estrellas, que ha de desparramarse sobre el asfalto y la atmósfera viciada que pisamos.

Hoy he paseado en Madrid como llevo haciendo más de un mes y medio, el tiempo que llevo en estas calles y que va incrustándose en mi pensamiento como un condicionante más de quién seré. Rebusco por las callejuelas algún bar abierto en el que sobrellevar esta inmundicia de vida y apenas encuentro calidez en los corazones que navegan, ajenos a mí, por estos océanos de semáforos y bancos, y ministerios, y ecuatorianos con panfletos que asedian detrás de la rutina de un paseo. A veces paro en el Retiro y en los días azules y soleados del otoño, ésos de un frío conocido y reparador, cerca del estanque patinan rubias con cascos del Mp3 y un perro persiguiendo su paso, yo sobresaltado busco tras los destellos del sol en el cabello los profundos ojos de Estefanía, como en un acto maquinal y primario, y a veces me sostienen la mirada con un odio que desconozco y me hace dirigir los ojos a la profundidad del estanque donde esos novios, recién salidos de un caro colegio en el barrio de Salamanca, navegan en el bote uniformados por sus grises vestimentas de colegiales; se besan, reman, se tumban uno encima del otro mientras el agua sobre la que se mantiene la endeble barquilla es verdusca y mugrienta, nadada por especies acuáticas contaminadas, por grandes peces que incluso en esa otra extensión de agua, tan diferente a la piscina del manicomio San Julián, hayan podido encontrar a más niños de bañador rojo e inocencia grabada para siempre en el rostro de quien se ahoga y pugna con la fatiga del último aliento por ser rebelde con el destino de las profundidades.

Esos mismos días que voy al Retiro muevo las piernas y recorro la ciudad de arriba abajo, paseo por la calle de Alcalá hasta Cibeles y, al llegar a esa plaza corriente pero mágica, mis pies descienden el Prado sin rumbo, perdidos entre las arboledas y el sol licuándose entre las amarillentas hojas que caen al peso de la escarcha de la noche. Otras veces me detengo ante la fachada del Congreso de los Diputados y miro con fijación al policía que mañana ha de comprobar mi pase de prensa para testificar que, aún hoy día, hay profesiones más ruines incluso que la de estafar por los votos a una nación: la del que escribe sobre tan bajo acto. También acostumbro a mirar al suelo caminando por los Austrias, tomar la Plaza de Santa Ana y perderme en el barrio de las letras, por esas callejas literarias que desde que era joven siempre había mitificado y que, ahora, mientras las recorro y piso los grises pavimentos ennegrecidos por el cielo, pienso que son nada más que el acompañamiento urbano que me sigue; alguien que va creando un fondo a mi vida que es siempre el mismo, aunque yo me empeñe en reconocer a Estefanía, a Cristóbal o mí mismo en los ojos de los moros que pasan enfundados en baratas réplicas de chaquetas por mi lado.

lunes, 10 de septiembre de 2007

José Tomás


José Tomás bordaba la tauromaquia de la sangre y la arena en el coso de la Malagueta, y una afición poco malagueñista, entendida, con las alfombrillas de diseño y los puros nevados de ceniza, aplaudía la torería sobria de un castellano que convirtió el valor en pellizco poético. El arte de la Fiesta es efímero, pero Tomás inmortalizó la valentía en la enciclopedia del capote cargado de futuro.Los tendidos se enseñoreaban al ser una plaza de primera, el respeto volvía por el viejo coso a los pies de Gibralfaro y la bulla del centro cedió cuando el de Galapagar imaginó por chicuelinas a unos Cuvillos enrazados que devolvían a Málaga al epicentro de la torería.


José Tomás llegó, vio y triunfó con un mechón blanco en la cabellera, signo inequívoco de una genialidad que no es de este mundo. Durante toda la Feria, Málaga se convertía en un despropósito de aficionados sudorosos, pero llegó el espada madrileño a devolver el fuego a los hombres y la ilusión al proletariado, que siempre quiso ser maletilla espontáneo de las puertas grandes.Con el triunfo agónico, épico y trágico de Tomás, Málaga lograba el perdón de los pecados de su Feria, ese desfile del mal gusto que convierte este villorrio marinero en la capital europea del mal gusto. Acaban diez días de una diversión insana en la que la estética del quinqui ha triunfado por encima del decoro. El malagueño es majarón, nos lo ilustró magistralmente Vázquez, y bastante hortera.


Las amistades, que vienen de fuera en ferias, siempre desconfían de un centro lleno de matarifes y una posmodernidad entendida como apología de lo suburbial. El calor recalentado y el griterío entre la Plaza del Carbón y la entrada de Larios nos separan, definitivamente, de ser una Salzburgo del Sur. En fin, se apaga otra Feria en la que vivimos tan peligrosamente como nos dejó esta ciudad. Al menos, eso sí, tendremos en el paladar el sabor salado del poema de José Tomás, que tanto molesta a esos ociosos que se dicen `antitaurinos´ y que quisieron hacer algo de ruido justificando lo injustificable de su pensamiento vacío, progre y equivocado.


Esta Feria y esta Málaga, por favor, devuélvanla a los corrales.

domingo, 9 de septiembre de 2007

Jacques Brel



En la insomne noche, frente a mi afilado folio, busco ansioso a las musas, que huyen de mí, pobre y solitario fauno, como traviesas ninfas. Ni las alcanzo a ellas, ni ellas me alcanzan a mí pero encuentro, en el ciberespacio, poetas de otros tiempos que me sumergen en una catarsis personal, solitaria, en mi pequeña habitación.

Uno de estos poetas, que han hecho que pase horas sentado en mi sillón, a oscuras, de madrugada, sin hacer nada más que disfrutar de la palabra, ha sido Jacques Brel.

Con la posibilidad de regresar al pasado, que nos dan las nuevas tecnologías, conocí a un hombre del que, hasta ahora, solo sabía su nombre: Jacques Brel. Ocupaba toda la pantalla de mi ordenador, en blanco y negro. Corrían los años cincuenta, y su verbo no necesitaba más decorado que la oscuridad a sus espaldas, un micrófono y un foco que iluminara su desencajada cara.

Entonces los cantantes eran poetas y, como tales, no necesitaban ser guapos. Sus grandes orejas, sus ojos pequeños, su marcada mandíbula y sus labios carnosos no eran un impedimento para atraer al espectador.

Brillaba su rostro y caían, pausadamente, gotas de sudor por sus mejillas y su mentón mientras, envuelto por el sufrimiento, la frustración y la desesperación del amor, susurraba, con cierta resignación melancólica, “Ne me quitte pas”. No me dejes.

Esa misma noche cantó para mí “Ámsterdam”. Entonces la tristeza amorosa fue sustituida por fuerza, furia y vehemencia, con ciertos toques de locura genial en sus movimientos. Contaba historias del puerto de Ámsterdam, de marinos que viven y mueren, de putas y de mujeres infieles.


En su voz potente y ronca las palabras dejaban de ser francesas para convertirse al esperanto que es la poesía. Fluían sobre la música creando historias que hacían vivir otras vidas.

Cuando creía que el poeta era insuperable, en la belleza de sus obras, volvió a sorprenderme. Se me mostró como un histrión loco que con versos, aparentemente cómicos, me regalaba su visión crítica, ácida y delirante de la vida. “Los burgueses son como los cerdos, cuanto más viejos, más bestias. Los burgueses son como los cerdos, cuanto más viejos más gilipollas”.
“Les bourgeois c'est comme les cochons” sentenciaba.

Aunque como mejor se conoce a un poeta es leyéndolo, o en este caso escuchándolo, no resistí la tentación de saber que había sido de él.

Aunque había pasado toda la noche conmigo, hacía ya casi treinta años que había muerto. Tras alcanzar la gloria artística había escapado de los escenarios y solo grababa discos de estudio. Por eso solo había podido verlo en grabaciones en blanco y negro de finales de los cincuenta y principios de los sesenta del siglo pasado.

Su huida lo llevó a las Islas Marquesas donde pasó sus últimos años antes de morir, a los cincuenta años. Fue enterrado en el paraíso polinésico y hoy descansa al lado del pintor Paul Gauguin. Un sitio digno de él.

Aunque quizás, quién sabe, no muriera y esté en el mismo sitio donde está Elvis o el gran Carlos Gardel. Allí donde los hombres mueren y se convierten en leyendas.

Rosa Díez - Artículo de elplural.com -


Escribíamos aquí que ya vamos conociendo las caras de quienes juegan la baraja de cartas de esta política nuestra. Resentidos varios se apropian de la actualidad, ahora que las ideologías están en rebajas, y los políticos, qué perverso el destino, se nos presentan como custodios de la dignidad.


Colecciona portadas Rosa Díez, amparada en esa lucha contra el nacionalismo radical que muchos, en Euskadi, han hecho una patente de corso para medrar en el proceloso mundo de la política. Ahora Díez nos habla de decencia con Savater, el filósofo, en un nuevo tinglado parlamentario de ésos que, como el Guadiana, irrumpen y desaparecen dando paso al sagastacanovismo que se ha revelado como el menos malo de los sistemas.


Entre el riesgo de que España se rompa y la insolidaridad tirante de las tierras periféricas donde el maketo o el charnego es un apestado, surge una nación antigua, digna, pacífica y tranquila donde salvapatrias como Díez nos resultan cómicas versiones de una Mariana Pineda, apolillada y triste.

sábado, 8 de septiembre de 2007

Las meretrices, después de Umbral - Fragmento de "El año de la rubia"


Las putas fueron esas señoras que, en una adolescencia que creí superada, me embargaban en su espiritualidad de visón sintético y bragas. Fueron madrastras de alquiler las meretrices que tanto cantaba Umbral, aquellas mujeres que nos recogían en su regazo de polígono de extrarradio y ponían su alma a disposición de unos vagabundos mantenidos y ociosos.

Había que saber entender a las prostitutas cuando nos acogían cariñosas y nos despedían medio llorando. Los poetas y yo llegábamos a los descampados por donde el río de la ciudad curva sus marismas y, de madrugada, cuando las luces apenas tintineaban, en los asientos traseros de los coches desvencijados vivíamos una pasión de musas y leopardos. Sí, fueron las putas una suerte de fieles amante sin más condición que los honorarios y un adiós que resonaba a un quizá, de otra noche y otro polvo.

Ya lo he contado. Las putas fueron unas madres que me vieron, con veintipocos, rodeado de aquellos letraheridos viciosos y soñaron en adoptarme como el hijo o el hermano que el destino le arrebató. A veces me entregaba a sus placeres carnales, con un rumor de hielos caros en la espalda; y las camas inmensas de los burdeles eran, vistas ahora, al recuerdo, retazos de placer sano.

Ángeles con bragas de lana y cigarros marchitos. Así eran vistas las putas para el puterío canalla y trasnochador con el que compartía madrugadas.

Nacho Triste nunca fue un asiduo a los lupanares pero siempre mantuvo su promesa de compatir, antes de que el destino nos alejase momentáneamente de aquel villorrio marinero, una noche en camas de alquiler. Reía ante su promesa y decía que la cana al aire me la debía, por mi juventud y descaro; también por interesarme por sus historias de la transición que relataba, ya míticas, como en un ciclo artúrico de novelas de caballeros y damas.

viernes, 7 de septiembre de 2007

All'alba vincerò!

Cuando un mito muere algo de ti se va con él. Nacerán otros, morirán otros, pero ya no serán los mismos que envejecieron mientras crecías. Aquellas leyendas eran parte de tu vida y, sin embargo, se observaban lejanas en el tiempo y en el espacio.

Luciano Pavarotti era una de esas estrellas. Cuando lo conocí sólo tenía cinco años y me alcé como pude sobre un sofá, de casa de mi tía, para verlo cantar junto a Plácido Domingo y José Carreras. Era el año 1990 en las termas de Caracalla. Mi padre me condujo, desde la terraza dónde cenábamos esa cálida noche de verano, hacia el tresillo donde, a su lado, pude observar un espectáculo que se quedaría grabado en mi tierna mente: la ópera. Anduve días canturreando “O sole mio” y llegué, a la semana siguiente, a casa de mi abuela entonando “La donna é mobile”.

Cuatro años después,“Los Tres Tenores”, volvieron a reunirse con motivo del Campeonato Mundial de Fútbol celebrado en los Estados Unidos, sí aquel en el que fuimos eliminados por Italia en cuartos de final, y yo volví a alucinar ante aquellas voces. El concierto se celebró en Los Ángeles, en el estadio de “Los Ángeles Dodgers”, y fue tan memorable que corrí con mi madre a comprar el CD del concierto para regalárselo a mi padre. Fue el primer “compact disc” que entró en mi casa. Yo tenía nueve años.

Desde entonces, y hasta ahora, ese CD ha seguido sonando, sin interrupción y algo rayado, en mi habitación. Muchas horas he pasado, iluso de mí, tratando de acercarme a alguna de las notas con las que el bueno de Luciano alegraba mi vecindario. De entre todas las canciones, incluyendo sus óperas y sus magníficos duetos con las principales estrellas de la música pop, la que más me emociona es, “Nessun dorma”, de la ópera de PucciniTurandot”. Sé que no soy nada original, ya que él la convirtió en un auténtico himno mundial, pero, tras años escuchándola, me emociona cada día más y siempre la he considerado como la canción más bonita de la historia, aunque sólo si la canta Pavarotti.

Constituye la perfecta fusión entre la lírica y la épica. La lírica la puso Puccini con la belleza de unos versos que narran una legendaria y lejana historia de amor, la épica la puso Luciano con la fuerza de una voz inigualable que subía hasta los cielos cantándole a la noche, ordenándole desaparecer, y gritando que vencería al alba por amor.

Mientras derramo una furtiva lágrima algo de mí se va contigo, un pequeño pedazo de mi vida, pero tú sigues aquí, en este instante y por siempre, recitando el “Ave María”.

Venciste al alba Luciano, venciste al tiempo, venciste a la historia.

Dilegua, o notte!
Tramontate, stelle! Tramontate, stelle!...
All'alba vincerò!
vincerò! vincerò!

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Capítulo de "El Año de la Rubia". Mi próxima novela ...


Estefanía vivía con su tía en un lujoso chalet encalado, aparentemente andaluz y rústico. Tenía un amplio jardín que servía de porche desde donde pasaba las tardes tumbada al sol que la acariciaba con una dulzura de bronceado pálido y dorado. A veces bajaba con la motocicleta de jugar al tenis en las pistas de su exclusivo barrio, y cuando me aproximaba a su casa creía verla allí, tostándose al sol como en una postal sureña e idílica de los Estados Unidos. Nunca me atreví a llamarla, quizá alguna vez pasase algo bebido por delante de su puerta y gritara un quejido de desengaño etílico e inaudible. Con miedo. Con un temor que me impedía escribir y reafirmarme en que era persona; temía y siempre creía partir con desventaja en las artes amatorias. Me veía a mí mismo a través de los ojos de Estefanía.

Ahora dudo que Estefanía pudiese albergar tan complejos sentimientos. Aquejada de la simpleza espiritual de una belleza innata, sus pareceres hacia la clase de desfavorecidos en los que yo me incluía eran inexistentes. Yo era acaso una invisibilidad en los glaucos ojos de Estefanía, un nombre perdido en los ecos de la noche y el grupo. Agua vital y enfurecida que su mirada diluía en un interiorizado pero inocente sistema de desigualdades.

No. Nunca había penetrado en el porche de su chalet. Nunca pisé como hicieron otros estúpidos el césped recién cortado de la puerta, llevándola de la mano bajo la mirada complaciente de su tía, millonaria divorciada que se quedó hábilmente con una fortuna incalculable que gastaba en caprichos de la rubia, prendas y viajes exóticos que, para ella, suponían una suerte de socialización del conocimiento entre países.

Nunca había traspasado la tenue frontera de una verja que imaginaba inexpugnable, la de su chalet en Los Castañares. El mundo se me presentaba como una sucesión laberíntica de fronteras, de vallas, de separaciones y verjas puntiagudas e infranqueables que me ceñían cada vez más en la nadería que había creado. Era inexperto y tímido, me había ido construyendo un novelesco personaje que vivía de la soledad y el abandono, y mis ropas ya comenzaban a presentar un envejecimiento que siempre consideré interesante. En mi fuero interno quería demostrar al mundo que la época que vivía no era la mía, que la existencia se había confundido conmigo y era ya hora de que cambiasen los planes que un terrible destino había forjado para mí.
Perdedor. Sí, fui y seré un perdedor que siempre mantuvo la aristócrata perspectiva de conseguir a Estefanía para convencer y convencerme de que yo era más que un fracaso. Que podía ser atractivo para Estefanía y su mundo.

lunes, 3 de septiembre de 2007

A Pablo, Agustín, Loma y demás, GRACIAS

Este post quiero que sea un homenaje a Pablo Aranda, a Agustín Rivera, a Álvaro García, a José María de Loma (la joya de mi editorial) y a González Vera y muchos más por interesarse por mis columnas y ofrecerme sus sabios consejos y ayudas impagables. GRACIAS, MAESTROS, POR APOYAR EL COLUMNISMO DE LOS JÓVENES

http://video.google.es/videoplay?docid=8482849346200957407&q=jesus+nieto&total=23&start=0&num=10&so=0&type=search&plindex=0

domingo, 2 de septiembre de 2007

Fue Umbral, pese a todo


La marquesa de los viernes, o de los jueves, o de los martes, llora desconsolada en los cafés galdosianos de un Madrid bajo la canícula. La travesía de Madrid se nos hace complicada y el Gijón, endulzado de tardes, echa el pestillo a media asta durante los cinco minutos eternos del vermú.


Umbral abandona el valle de lágrimas como un cadáver exquisito cuyo dandismo arropó siempre su prosa. Fue algo distinto a un periodista. La ideología, su sumisión a los postulados pedrojotescos, debió entenderse como la veleta de vital de un esteta cuyo ideario residía en las evocaciones de Tierno Galván y sus paseos por los decampados del norte matritense.
Le lloverán salvas de despropósitos y elogios, pues siempre incomodó el viejo dandy a quienes vieron en él una referencia moral; otros aprendimos que el barroco no murió en Quevedo y que se podía ser castizo, gonzálezruanista, en estos tiempos de teletipos y primacía de lo informativo sobre lo superfluo y vital de la palabrería.
Vamos viendo que una raza de escritores de periódicos desaparece, Alcántara resiste y entierra a su generación, longeva en alcoholes. Descanse en paz, bailando entre el chasquido de una Hispano-Olivetti y el rumor mortal y rosa de las meretrices en los altos cielos de Valladolid. Fue Umbral, pese a todo. Un maestro.